Marzo de 2015 iba a ser fundamental en la trayectoria de Björk, con tres grandes acontecimientos orquestados para devolverla a la primera línea. El lanzamiento de su último álbum, su presentación en directo en el Carnegie Hall y el City Center de Nueva York, más la retrospectiva que le brindaba el MoMA por toda su carrera. Sin embargo, en enero se filtraron en internet sus nuevos temas, obligando a adelantar la publicación el disco en iTunes y cambiar la estrategia.
En el plan A, todo debería haber sido simultáneo, sin previo aviso, sin lugar a la reflexión o el cruce de opiniones. Prensa y público habrían accedido a la vez a su nueva música, pero destapada la sorpresa, Vulnicura no pudo ser retenido ni un minuto más. Salió a la luz en digital, porque su edición física todavía no estaba lista. Los medios comenzaron a hablar de él antes de que la radio lo publicitase. Así descubrimos lo intensamente autobiográfico que era este nuevo álbum y lo condicionado que estaba por su ruptura sentimental con Matthew Barney -con quien convivió 13 años y tuvo una hija-. Cuando el 14 de marzo ocupamos nuestra butaca del Carnegie Hall, íbamos con la lección aprendida y un nudo en el corazón.
Los conciertos del Carnegie equivalían a dos ensayos generales con público. Ambos tuvieron lugar a mediodía, sin alterar la agenda del mítico auditorio. Nosotros asistimos al segundo. En el escenario, Björk estuvo acompañada por un grupo de cuerda de 15 músicos locales, Arca a los ordenadores y el percusionista Manu Delgado. Con un setlist completamente volcado en las nuevas canciones, el concierto trascendió el límite de lo musical. Era el reencuentro con sus fans en un contexto emocionalmente complicado. Había demasiadas cosas en juego además del nuevo título. La acústica de la sala era sobrenatural, abrazando la orquesta de un modo unitario. Las canciones sonaban como jamás las habíamos oído antes. Realmente, a eso habíamos venido. El silencio en la platea manifestaba un respeto sobrecogedor. Al acabar “Black Lake” se podía oír entre el público gente reprimiendo un sollozo.
Pero el día más relevante del año estaba fijado desde afuera. El 8 de marzo de 2015 el MoMA inauguraba una retrospectiva dedicada a la cantante. El museo neoyorquino es la institución más prestigiosa del mundo referida al arte contemporáneo. Con esta exposición, se reconocía oficialmente el valor artístico de su obra. Al acogerla, daba su visto bueno a una de las personalidades musicales más complejas e innovadoras de los últimos tiempos, que ha extendido su radio de acción a la mayor parte de los campos creativos. Es su puesta de largo en la alta cultura de una figura pop. A priori, era una oportunidad magnífica de acercarnos a su universo personal pero, una vez visitada, deja un amargo regusto a decepción.
Nada más entrar al lobby del museo y ver algunos de sus instrumentos musicales arrimados a la pared, presentimos que la cosa no iba bien. Es cierto que pese a las apariencias, el MoMA no es tan grande como imaginamos y su falta de espacio resulta un desafío para las exposiciones temporales. En el muro más amplio del atrio -también el que más luz lateral recibe- se proyectaba ininterrumpidamente el vídeo “Big Time Sensuality”. La primera parte de la exhibición, llamada Songlines, parece comisariada por el director de un club de fans. De hecho, el cargo de Klaus Biesenbach, curator de la muestra, se encuentra en el filo de la navaja por el escándalo que ha levantado en el consejo directivo del museo. Songlines es muy similar a los espacios habilitados en los parques temáticos para que la gente se entretenga mientras hace cola en la entrada de una atracción.
Está asistida por una app: a cada asistente se nos entregaba un iPod con auriculares que reconoce en qué lugar de la visita nos encontramos -nada diferente a una audioguía convencional-. No hay lugar para explayarse en nada. El espacio es muy angosto, en un recorrido lineal contrarreloj. Salvo los robots de Chris Cunningham usados en el videoclip “All is full of Love”, los fondos expuestos son insultantemente pobres y superficiales. Como la apuesta más firme en la muestra apunta al vestuario, nada diferencia a Björk de otras estrellas de la música. Colgados en maniquíes replicantes, nos olvidamos de estar en el MoMA para situarnos en un Madame Tussaud. Pero no todo es fallido: el vídeo “Black Lake” de Andrew Thomas Huang, expresamente producido para la ocasión, y el artbook del catálogo son joyas memorables para apreciar con atención.
Todo el mundo tiene una opinión previa hacia Björk. La consideren una diosa o la tengan por loca, todos la han visto y escuchado, imaginando un personaje con mayor o menor definición. El público que conozca su salvaje amplitud artística comprobará que la retrospectiva no le hace justicia en absoluto, mientras que el que no venga familiarizado antes con su obra, difícilmente podrá ordenar las imágenes que traiga en su cabeza.
Salvando las distancias, si alguien intenta comparar esta muestra con la realizada sobre David Bowie en el Victoria and Albert Museum de Londres, debe saber que tiene las de perder. Si Bowie rechazó enérgicamente la que le dedicaron ¿por qué Björk está tan contenta con el mercadillo que le ha montado el MoMA? Es muy posible que todo venga dado por un momento de debilidad y una profunda necesidad de afecto. Que Nueva York se rinda ahora a sus pies de un modo tan significativo equivale a vencer a Matthew Barney en su propio territorio. Que la ciudad la prefiera a ella confirma una venganza insuperable.
La música de Björk, lo que finalmente cuenta, cada vez es más compleja y profunda. Es muy difícil pensar que alguien que la descubra ahora, en este preciso momento, se enamore de su registro y su carácter. Hoy es una mujer resabiada, muy diferente a la criatura jovial de su “Debut”. A Björk hay que conocerla desde hace tiempo para cogerle la mano sin miedo y adentrarse en la cueva a la que nos invita a entrar. Siempre nos ha acompañado. Nos ha enseñado a ser valientes, a naturalizar lo extraño, a afrontar lo más hermosamente salvaje de la condición humana y a celebrar el poder del arte para inspirar modos de vida.